SOBRE LA PRIMERA VEZ
DE LAURA VICTORIA CAÑAS |
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Querida hija, espero que leas esta historia con el amor con el que te la comparto.
Apenas se asomaba el sol cuando mi madre me despertó del profundo sueño que había comenzado a las siete de la noche anterior. Entre gritos y quejas que provenían de la cocina, me ordenó ir a ordeñar la vaca. Odiaba hacerlo, al punto que mis ácidos estomacales se alborotaban, suplicando salir por mi boca cuando veía salir la leche por las ubres. Con el único ánimo de terminar rápido la labor encomendada, me levanté de la cama lo más rápido que pude y me puse las botas.
Salí corriendo hacía el corral y justo después de haber atravesado el umbral de la puerta de atrás escuché el grito desesperado de mi papá que me llamaba: -¡Antonia, entre a la casa! Y sin saber qué pasaba, como siempre, obedecí.
Me dijo que nos teníamos que resguardar debajo de la cama porque comenzaría a llover y algunas gotas se podían meter y hacernos mucho daño. Nos obligó a cubrirnos con todas las sábanas posibles y aunque el calor era sofocante, me gustó pasar toda la tormenta jugando con mi hermana. Así fueron los aguaceros en los que mi papá no nos dejaba salir, llenos de jugarretas con el horrible y estruendoso caer de las gotas de fondo, junto a los gritos heridos de los truenos y los resplandores de los rayos de montaña a montaña que podía ver cuando asomaba la cabeza un poquito entre las sabanas y miraba la ventana.
Esa mañana cuando llegó la calma, agradecí a la vida no haber tenido que ordeñar la vaca. A la mañana del día siguiente maldije la vida porque mi mejor amiga Juanita y su familia que habitaban la finca más cercana a la mía, tenían que irse a vivir a la ciudad. Mi papá me explicó que tenían que marcharse porque la lluvia del día anterior había dejado unas burbujas de lodo debajo de la tierra de sus campos. Me explicó que si alguien pisaba esas burbujas podía salir severamente lastimado y que como el hermano de Juanita era tan pequeño, una sola burbuja pudo acabar con su vida. Estaban muy tristes por el niño fallecido y asustados por el peligro oculto que estaba debajo de sus terrenos. Y esa fue la primera vez que maldije la muerte y de paso a la lluvia, que había sido la culpable de todo.
La única profesora de la única escuela existente en la región, lloró cuando se enteró que Juanita se había ido y lloró por cada uno de los niños a los que le dictó clase y dejaron de asistir, menos por mí, porque cuando dejé de ir no solo quedaba la ausencia de mis compañeros sino que quedó la de la misma profesora. Mi familia fue la última en marchare de aquellas hermosas tierras.
La imaginación de mi papá se confabulaba con mi inocencia para tratar de dar explicación a todas mis preguntas, y creí sin dudar todas las historias que me contó sobre la lluvia por mucho tiempo. Pero todo terminó cuando estábamos en la ciudad y le pregunté por qué nos habíamos ido y me respondió: “Mija, llovió tanto que la quebrada se llevó todo lo que teníamos.” Yo sabía que el rio estaba muy lejos como para alcanzar nuestra finca. Me sentí tonta y engañada, y entre lágrimas le exigí que me contara la verdad y tiempo después así lo hizo, dejando atrás la metáfora, siendo claro y preciso. Esa fue la primera vez que maldije la guerra.
La inocencia se desvaneció con los años, y se extinguió sin que me diera cuenta. Los castillos se convirtieron en edificios en los que contrataban a mi mamá para limpiar oficinas, los carruajes tirados por caballos se transformaron en taxis que mi papá aprendió a usar y manejaba sol a sol, y las hadas madrinas aparecieron en forma de las señoras Miriam que me empleó como secretaria y me impulsó a hacer mi carrera universitaria ayudándome a pagarla.
Salí a caminar al parque mientras pensaba en qué escribirte y estando allí vi como paulatinamente la diáfana tarde se tornó oscura, el cielo se llenó de densas nubes grises, se enfriaron las corrientes de aire y las personas comenzaron a refugiarse de la tormenta que se veía venir. Yo me senté en una banca y unos minutos después las nubes descargaron con fuerza todo el agua que contenían, yo, con casi la misma fuerza derramé todas las lágrimas que me producía remembrar aquellas historias de infancia. Dejé de llorar unas horas después, miré al cielo y no dejaba de llover. En ese momento comprendí que el problema radica en todas las personas que albergan rencor, y que las tormentas que se inventó mi papá eran una forma de protegerme de ese nefasto sentimiento de venganza que solo sirve para crear en el mundo más barbarie. Esa fue la primera vez que perdoné la lluvia.
SOBRE LA PRIMERA VEZ
Reviewed by Revista Zahir
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domingo, diciembre 03, 2017
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