Los decentes estuvieron en Sanfici 2018: Hipocresía civilizada.




El hombre ha pasado los últimos cinco siglos -más si se cuenta la tradición griega- tratando de alejarse de lo que llamó salvaje. De volverse ‘’moderno’’; y no obstante, ahora, los sujetos más beneficiados por este proceso de modernización occidentalizada quieren, a toda costa, recrear un ‘’pasado natural’’, volver a vivir un estado de existencia que ya no nos pertenece. Esta podría ser una de las grandes paradojas de la época que vivimos.

Yoga dentro de espacios verdes inmersos en el centro de enormes urbes, afición e idolatría de prácticas ancestrales de origen oriental por lo general incomprendidas como la acupuntura o las limpiezas de ‘’energía’’, querer vivir en lugares que recreen ‘’lo natural’’, pero que tengan señal wifi y la posibilidad de llegar a la ciudad en menos de cinco minutos; todo ello representa una sola cosa: la lucha entre un inconsciente que no puede evitar pensar que todo pasado fue mejor, y la sociedad que se nos invita a aceptar como modelo ideal de vida, aunque examinada a fondo pueda resultar profundamente insoportable. Lucha que claro, sólo puede existir de una manera cómoda, en la medida en que no se está dispuesto a renunciar a las facilidades modernas, esas mismas que cuando hastían invitan a alejarse de las ciudades. No puede dejarse de describir esto como una trágica ironía.

La película de Lukas Valenta, que hizo parte del foco de cine argentino en esta edición del festival, dibuja a la perfección este argumento. Con una fotografía esplendida que ofrece recurrentemente unos significativos planos frontales, la película plantea una dicotomía casi bíblica de lo que parece ser la dualidad necesaria del sistema capitalista: de un lado, un verde edén de riqueza, que sin embargo puede existir sólo gracias a la miseria externa. La cual debe contentarse con admirar de lejos la bonanza de los ricos, teniendo como máximo contacto con ella la posibilidad de ser su celador o ayudante de limpieza. Este jardín de las delicias representado por una acaudalada y boscosa villa de la clase alta claro, revela lo que el paraíso original del antiguo testamento tampoco pudo ocultar ni con toda su carga moral: el estilo de existencia humana es el deseo y el conflicto.

Los decentes son ese grupo de personas que en nuestro país se harían llamar ‘’gente de bien’’, esto es, un grupo de personas que realizan hasta lo imposible por exaltar los valores morales falsamente construidos, y ocultar su irrefrenable naturaleza instintiva, como lo denunció Freud en múltiples ocasiones. Son personas que prefieren tener un bello jardín antes que una consciencia tranquila. Es por esto que la obra ofrece tres escenarios de reflexión. En primer lugar, ‘’la gente de bien’’, quienes viven en el paraíso, hacen todo lo posible por no juntarse con quienes consideran ser ‘’los salvajes’’, un pintoresco grupo de citadinos que hacen gala de la ironía con la que iniciaba esta crítica: querer recrear un estado que estiman ser el ‘’salvaje’’, al que puedan llegar en sus sedanes a cinco minutos de la ciudad. Para los ‘’decentes’’, estas personas no son más que un grupo de díscolos que pretenden acabar con su estado de tranquilidad, aunque este estado esté ‘’plagado’’ de enormes contradicciones e infelicidades familiares. A esta clase, no le gusta juntarse con otros seres a menos que sea para limpiar sus sanitarios o custodiar sus viviendas, casi como tantos académicos lo han denunciado respecto del fenómeno inmigratorio en EU por ejemplo.

El tercer escenario ajeno a estos dos sería al que pertenece Belén, la ama de llaves y después materialización simbólica de la ira derivada de la lucha de clases en esta película. Belén parece ser antes que nada, la hija de una sociedad que está llena de exclusiones materiales y morales: presa en un matrimonio frígido Belén encarna una personalidad de quien no ha sido feliz, aunque después encuentre atisbos de la felicidad en ‘’los salvajes’’, quienes no son más que seres que procuran, aunque jamás lo vayan a lograr, soltar los modos de vida encasillantes de la sociedad actual, y esto implica claro, lo sexual. Sin embargo, cuando los decentes se sientan amenazados por la existencia de los salvajes, y no físicamente sino espiritualmente pues pareciera que en fondo desearan ser como ellos, la frase decisiva será la dicha por una cazadora de aves: ‘’son muchas y a las plagas hay que eliminarlas’’. Aunque el final de la película no parezca cumplir con el esquema tradicional de las películas, esto es, una escena final donde se resalta por todo lo alto aquello que se quiso expresar en la obra, cumple, por lo demás con una misión mayor: dejar un sinsabor en la boca que me ha llevado a entender por qué la primera vez que leí el título de la película lo confundí, y en vez de los decentes leí en ese momento ‘’los decadentes’’.
Los decentes estuvieron en Sanfici 2018: Hipocresía civilizada. Los decentes estuvieron en Sanfici 2018: Hipocresía civilizada. Reviewed by Revista Zahir on domingo, febrero 18, 2018 Rating: 5

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