Genoveva
DE ULISES |


Aprovecho esta nueva sección para contar con gran
satisfacción que las coincidencias son regalos de la vida para no morirnos de
aburrimiento, y para reafirmar mi fascinación por la analogía histórica. Por
obra de una coincidencia ingresé a la Universidad Industrial de Santander, por
obra de otra dejé la carrera de Ingeniería y entré a Derecho, y por otra más
descubrí que a Derecho había entrado para ponerme en contradicción a mí mismo.
Es así como de coincidencia en coincidencia conocí a mis eternos maestros y
ahora amigos, Juan Manuel Sánchez Osorio, y Henry Forero, quienes me enseñaron
la importancia de mandar todo al ‘’carajo’’ y seguir mis instintos más
elementales. Hay cosas que no son profesiones, sino estilos de vida, y cuando
ambas cosas coinciden, se llora de felicidad en la sala de un cine, o bueno,
eso sería lo válido para mi caso.
Dejando de lado esta breve nota autobiográfica, más
confesional que otra cosa, que me sirve apenas para decir que llegar al
cineclub de la Unab es una de mis más memorables coincidencias, quiero decir
que desde ahora comenzaré a dar pasos torpes en el mundo del cine, torpes y
pretenciosos, propios de quien es principiante, con la esperanza de algún día
entender la fascinación que este arte ejerce sobre mi humanidad. Por ello
comenzaré a escribir la columna semanal Genoveva,
un atrevido e injusto homenaje a la columna que en su momento llevó Gabriel
García Márquez, La Jirafa. Por tanto,
y en un segundo acto de atrevimiento, para no permitir que los nombres queden
en el olvido, quiero dar continuidad al seudónimo que muchos años atrás usó
Eduardo Zalamea, Ulises, como firma
en estos escritos.
‘’Ayer no termina nunca’’, una
película sobre el encuentro.
‘’Dónde estarán,
pregunta la elegía de quienes ya no son,
Como si hubiera una región en que el
Ayer, pudiera ser el Hoy,
El aún, y el todavía’’
El Tango. J.L. Borges
Inicio con un poema que bien pudiese sintetizar todo el
desarrollo de la obra. Isabel Coixet, directora de cine española, desarrolla en
impresionantes diálogos, monólogos, y soliloquios, una idea profética: El fin
del amor es otra muerte. Cuando dos personas se enamoran, ninguna de ellas deja
de ser, engendran apenas una entidad mayor a ellos, viva en todo caso, que sólo
existe mientras existen sus causas originales. La otra cara del amor es el
luto. Dos personas que se extrañan, no extrañan la individualidad del otro,
extrañan lo que juntos eran, añoran y buscan sin encontrarlo, un pasado
intangible. Normalmente es imposible saber a dónde se va esta criatura cuando
el amor se acaba, se presume que muere, peor que la muerte, se siente como si
nunca hubiese existido. Pero, ¿y si fuera posible saberlo? ¿Si hubiese un lugar
físico donde las almas de aquello que ya no es descansan? Es esta la impresión
original que me deja el largometraje.
Un paraje desolado, gris, absolutamente vacío, y ascético.
Que incluso en ocasiones recuerda una estación fantasmal de trenes. Un limbo
simbólico y un bosque cuyo silencio vibra. Estos son los escenarios que dominan
en su mayoría la película, y que
increíblemente, con sólo dos actores representa el diálogo entre el pasado, el
presente, y el futuro, cuya espuma cuántica es la tragedia.
Es en este espacio mágico donde Jaime y Cristina purgan
ciclos que jamás fueron cerrados: la explicación detrás del abandono, la
manifestación del dolor, la angustia del porvenir, rencores nunca resueltos.
Todas estas emociones dialogan enfrentadas en planos fotográficos diseñados
para dividir, juntar e iluminar. La muerte del hijo para el caso coincide con
la muerte del amor, como si esa entidad creada por el enamoramiento tomara
forma humana, y así no se hace claro qué murió primero, si el amor o el hijo.
Puede ser porque ambos eran la misma cosa.
Como se decía, la cronología de la obra bien podría ser
comparada con las etapas del purgatorio. Desde el inicio resalta la
incredulidad, el hecho inverosímil de dos personas que pese a voluntariamente
haber decidido no volver a encontrarse jamás, son juntadas por el destino una
última vez, sólo para hacer el luto al amor que ya no es. Las preguntas que no
se hicieron en cinco años salen a la luz con la candidez del fuego que apenas
se apaga, cuya pasión inestable revive con la brasa más tenue. ‘’Hay cosas
simples a las que se les da la mayor importancia, y cosas complejas que se
pasan por alto’’, es una de las frases dichas por Jaime a Cristina, quien
parece ocultar su arrepentimiento con el autoengaño propio de quien huye de sí
mismo. De la incredulidad a la furia.
No debe pensarse por esto que se trata de una película sobre
el perdón, -de hecho hay una segunda lectura en la obra que he decidido
ignorar, la económica-, es más un film sobre la extrema simplicidad de la vida,
que en sus fases más frías se nos presenta inevitable. Parece que el descanso
eterno de las cosas que ya no son sólo existe en el entendimiento, cuyo orgasmo
ineluctable es el fin de toda lucha. De esto pueden surgir dos cosas, ambas
irreversibles: el júbilo o la derrota. De ahí que nos obstinemos tanto en
negarnos a entender.
El
purgatorio del amor, y también la película de Coixet es eso que cabe dentro del
poema VII de Pablo Neruda:
‘’Inclinado en las tardes echo mis
tristes redes
A ese mar que sacude tus ojos
oceánicos’’.
Genoveva
Reviewed by Revista Zahir
on
domingo, abril 15, 2018
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