Un llamado a la coherencia

DE JULIÁN SARMIENTO | 




Slavoj Žižek, filósofo social de corte psicoanalista, y columnista en la editorial Boitempo, a quien descubro con grato asombro sólo algunas semanas antes de que Claudia Morales publicara su columna en El Espectador, ‘’Una defensa del silencio’’, texto que ha causado cierta polémica en medios virtuales en Colombia, nos enseña lo que es quizá la lección fundamental en la superación de los escenarios excluyentes que existen en el día de hoy: La superación de la violencia, y del odio como motor de las campañas políticas modernas (casi siempre con la complacencia del periodismo irresponsable), no puede venir de la ridiculización infundamentada del opositor, ni mucho menos de distribuir información no comprobada o endeble sobre él, porque esto es precisamente lo que ha asentado a las derechas modernas en el sistema geopolítico actual. Nuestro deber como sujetos políticos humanitarios debe estar siempre sobre la base de la coherencia. O en palabras de Freire: sería un error garrafal pretender superar la violencia con la eternización de una nueva ola de violencia. Es un principio de la lógica que un cambio no puede surgir de hacer lo que siempre se ha hecho.

Esto lo digo claro, no sólo porque se avecinan épocas electorales en las que ya se distinguen en el horizonte prácticas políticas no necesariamente morales (cosa que es obvia desde el plebiscito del dos de Octubre de 2016), sino también por la conclusión a la que llega Žižek en su columna del pasado 18 de Enero donde analizaba la denuncia de cierto tipo de humor hecha por Hegel: la ridiculización subjetiva, es decir, infundamentada, de los líderes opositores no solamente no contribuye al cambio ni a la constitución de un humanismo político, sino que además reafirma la creencia ciega de los votantes inmersos en discursos demagógicos y mediáticos, quienes perciben el ataque como un impulso para identificarse aún más con una serie de afirmaciones sustentadas en un lenguaje más carismático que racional, con el que claro, no se puede competir en un campo puramente emocional, escenario al que pertenece la burla sin fundamento. 

Cuando Hanna Arendt escribió que el humor es tal vez uno de los peligros más grandes al que se enfrenta la autoridad en una sociedad, cuando Nietzsche estableció que la mejor forma de aproximarse al objeto de conocimiento era ridiculizándolo, y cuando el maestro del cine Charles Chaplin pronunció su discurso sobre el humor donde lo destacaba como la última esperanza de la humanidad, se referían a un tipo de humor muy diferente al denunciado por Hegel y por Žižek, se referían más bien al humor de Jaime Garzón. Es decir, una fotografía caricaturizada de la sociedad, con un argumento de fondo tan fuerte, que genuinamente podía llevar al receptor del mensaje a cuestionar sus creencias más profundas, y por ende retirar el elemento sustancial que logra que el poder se mantenga independientemente del sistema político en vigencia: los números, las masas. Tal como Arendt escribía en ‘’Sobre la violencia’’. Este tipo de humor, basado en argumentos sólidos, pero expresado de tal forma que cualquiera podía entenderlo, es el único que puede ser la esperanza que Chaplin soñó y materializó en sus obras. Basta con ver ‘’tiempos modernos’’ para entender el mensaje.

Por otro lado, esa otra ridiculización que Žižek denunciaba en su columna, no sólo no logra el objetivo sino que consigue algo absolutamente contrario: la reafirmación de lo demagógico. Para ilustrar su punto de vista, el esloveno recuerda las elecciones pasadas de EU donde Donald Trump asciende al poder, durante las cuales, pese a la enorme crítica recibida en redes sociales -que aún recibe-, los electores conscientemente (aunque tal vez movidos por el inconsciente) votaron por él. Esto ocurría porque quiérase o no, Trump representaba las ideas subyacentes de muchos norteamericanos, especialmente donde el sistema educativo y por tanto la formación cultural era menos eficaz. El filósofo encontraba que las burlas en redes sociales, casi siempre poco sólidas, solo generaban una especie de sentimiento autoprotector en quienes eran favorables a Trump, se sentían representados por él, y por tanto sentían la burla como un ataque directo a su existencia; esto llevó a que no se detuvieran a analizar los argumentos de la oposición, sino a que se refugiaran en la más fácil alternativa ofrecida por Trump: el carisma y la exaltación de tiempos pasados que no eran necesariamente mejores. Irónicamente, la manifestación irracional de la oposición, sólo llevó a que esta lograra hacerse invisible ante los ojos de los electores. Cosa muy distinta sucede con Jaime Garzón o con Charles Chaplin a quienes aún se recuerda con cariño, incluso por sectores contrarios a su ideología. Cuando se reflexiona sobre esta idea la conclusión parece obvia: los discursos sin fundamento sólo pueden convencer a quienes ya estaban convencidos.

Volviendo a la columna de Claudia Morales, que por cierto considero absolutamente respetable, y al texto de Slavoj Žižek, paso a nombrar la razón que me llevó a escribir esta reflexión: las declaraciones de Claudia llevaron al público a crear suposiciones sobre quién era el sujeto que Morales denunciaba en la columna como su agresor. Cuando surgió el rumor de que había sido el expresidente Álvaro Uribe, la suposición se esparció como una ola incontrolable, y algunos espectadores la tomaron tan en serio, que la creyeron pese a no existir ninguna prueba al respecto hasta el momento. Bastante irónico, si se recuerda que este mismo personaje había acusado de lo mismo a Daniel Samper Ospina, hecho igualmente infundamentado por el cual se vio después en la obligación de retractarse.  Ahora ante esta acusación, es con pesar que debo decir: hemos caído en lo mismo, y hemos arrojado a la coherencia por la ventana. Para dimensionar el error cometido, y para ilustrar la validez de lo propuesto por Žižek y Hegel, basta con observar el resultado: el victimario ha sido transformado en víctima, y quienes lo respaldan han hecho de ello un falso acto de nobleza que no obstante resulta incuestionable.

 Finalizo, recordando una anécdota relatada por Gabriel García Márquez junto a su amigo Álvaro Cepeda Samudio en ‘’Vivir para contarla’’:

‘’La lección menos olvidable la aprendí en el bar Los Almedros, una noche de recién llegado en que Álvaro y yo nos enmarañamos en una discusión sobre Faulkner (…) no recuerdo en qué momento, pasado de rabia y aguardiente bruto, desafié a Álvaro a que resolviéramos la discusión a trompadas. Ambos iniciamos el impulso para levantarnos de la mesa y echarnos al medio de la calle, cuando la voz impasible de Germán nos frenó en seco con una lección para siempre: -El que se levante primero ya perdió.’’

Un llamado a la coherencia Un llamado a la coherencia Reviewed by Revista Zahir on jueves, febrero 15, 2018 Rating: 5

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