La dictadura perfecta, o la falsedad del entretenimiento

DE JULIÁN SARMIENTO | 

Ilustración 1Guernica, Pablo Picasso (1937) |
Enfrentar un mito dogmático repetitivo arraigado en la cultura, o la posverdad, nunca será sencillo; porque mientras la imagen construida en la consciencia de la sociedad a través de un discurso demagógico no exige demostración alguna (por gozar de una categoría de ‘’saber’’ incuestionable), a la verdad objetiva o argumento contrario siempre se le exigirá la capacidad de probarse irrefutablemente. Esto quiere decir que una duda en contra de la tesis contraria a la verdad implantada en el imaginario cultural, ante los ojos de una masa social acostumbrada a seguir prescripciones desde la infancia, más que a argumentar, será suficiente para descartar completamente la idea que se propone, y más aún para reforzar el mito existente. En proporción, contraponer la razón o lo académico a un discurso mediático y mitómano, es revivir la lucha de Don Quijote contra los molinos: esto es, una lucha de poder sobre la cual ni siquiera sabemos si es posible llevarla a cabo o no.

¿Por qué sucede esto? Dije en mi columna pasada que el sentido común ha llevado a varias personas a la hoguera, quiero decir ahora lo que estimo ser el porqué. Hemos en definitiva, cambiado nuestra forma de conocer el mundo, Walter Benjamin lo advertía en la filosofía, y Germán Espinosa en la literatura: El nacimiento de la cultura de los medios de comunicación masiva, fue también la muerte de la academia y la literatura como formas principales de explicar el mundo. Ahora nos hemos quedado con esa bella pero trágica realidad de La Tejedora de Coronas en los tiempos de la imprenta: un mundo que fácilmente nos permite saber sobre un incendio en la ciudad contigua, pero que nos oculta el lanzamiento del último libro de Voltaire. Guardadas las proporciones, y reemplazando la imprenta por el internet y la televisión, vivimos en un mundo que más fácilmente nos informa sobre la crisis en un vecino país, que sobre la crisis humanitaria, social, y cultural que vivimos en el propio, desde 1920 hasta la actualidad. Para responder a la pregunta, por qué existe la posverdad, me limitaré a decir por ahora que se trata de una crisis cultural que se alimenta a sí misma, en consecuencia se produce y se re-produce. Una sociedad fundada sobre el consumo desenfrenado de información, a la que se le ofrecen más comúnmente y en mayor amplitud realities show que catálogos de libros, es una sociedad que naturalmente tendrá falta de consciencia crítica. No por nada Colombia ha logrado llegar al nefasto logro de ser uno de los Estados más desiguales del mundo, y aun así haberse mencionado en alguna oportunidad como el segundo país más feliz del mundo. Vaya manifiesta contradicción.

Lo cual nos lleva a una próxima pregunta, ¿cómo sucede esto? Ya va siendo hora de que unamos nuestras ideas mencionadas hasta el momento: los medios de comunicación masiva, los discursos demagógicos, y la cultura a-crítica no necesariamente diseñada, pero ciertamente reproducida por algunas elites de poder. Hay una obra bella pero trágica en sí misma, escrita por el director de cine Luis Estrada, el mismo director de la Ley de Herodes para quienes la hayan visto, que lleva por nombre la dictadura perfecta. Producción cinematográfica que explica mucho mejor lo que traté de decir en esta breve introducción:

La dictadura perfecta (2014)

Una gran obra que gira en torno a la posverdad mediática televisiva. La película hace evidente la gran injerencia que pueden tener los medios de comunicación como un verdadero cuarto poder estatal, y como expresión pura de un panoptismo foucaultiano. Desde el auge de la televisión como medio exitoso de difusión masiva se ha hecho evidente que la verdad está fragmentada. Ya no depende solamente de lo que instituciones comúnmente aceptadas como la Iglesia o el Estado describan como verdad, sino que se reconoce una amalgama enorme de medios de comunicación y de difusión capaces de influir y moldear las decisiones cotidianas que toma una masa sometida sistemáticamente a una inmersión discursiva determinada por los medios de entretenimiento. La película demuestra la gran capacidad que tienen los medios de comunicación, capaces de juguetear con la tragedia humana para sus propios intereses. Al punto que los poderes tradicionales, oficiales, clientilistas, legales o ilegales, se ven en la obligación de negociar con los medios para producir imágenes ante televidentes cada vez más alejados del pensamiento crítico.

La obra hace especial énfasis en una estrategia mediática conocida como Caja China, elemento mediático que va y vuelve recurrentemente en la narrativa del largometraje. Consiste en esencia en la facilidad que tienen los canales televisivos para desviar la atención sobre un fenómeno, un saber, o una información, que amenaza la estabilidad de un personaje público, institución, o mito comúnmente aceptado. En la obra encontramos por ejemplo, una frase xenofóbica dicha durante una entrevista pública por quien parece ser, según el director, la parodia de Enrique Peña Nieto, presidente de México; frase en la que aseguraba al embajador de Estados Unidos que no existía la necesidad de construir un muro entre las dos naciones, principalmente porque los ‘’mexicanos gustosos seguirían haciendo el trabajo que ni los negros quieren realizar’’. Cuando el percance se hace público, las redes sociales comienzan a condenar lo dicho por el presidente en ese momento, situación que motiva a los mandos gubernamentales a realizar un trato con TvMx (parodia de televisa), en donde acuerdan crear una distracción masificada que desvíe la atención de los televidentes. La puesta en escena consiste entonces en magnificar un escándalo de talla menor, en este caso el de un gobernador de un Estado mexicano, quien recibe sobornos de lo que parece ser un narcotraficante. Para no contaros toda la película, lo que se viene después es una reproducción continua de la estrategia, llegando el canal mexicano al bajo nivel de jugar con la tragedia humana para desviar la atención del público. No es una exageración si recordamos la noticia emitida por televisa el año pasado en relación a unos mineros atrapados, que resultó ser ni más ni menos, que una falsedad televisada. 

De la revisión de esta película, que por supuesto recomiendo muchísimo, más teniendo en cuenta el proceso electoral que se avecina, podemos extraer una pregunta y algunas conclusiones: ¿Está la ética periodística en extinción? Walter Benjamin en su ensayo filosófico ‘’el narrador’’, y en los párrafos iniciales de ‘’la editorial’’, declara que vivimos en tiempos dentro de los cuales no somos nosotros quienes escogemos qué información consumir, sino que un grupo de personas, comúnmente relacionadas con alguna élite, son capaces de definir la clase de información que la masa social consume. En este sentido se han perdido dos cosas: la rigurosidad reflexiva y racional que conllevan la literatura y la filosofía como elementos en la construcción de opiniones sobre la realidad, o mejor, en la construcción de imágenes sobre lo real. Y segundo, la libertad de culturalización de la sociedad. Que como lo recuerda Zygmunt Bauman en Miedo Líquido, ha sido sometida a la condición de fuerza de producción inmersa en un discurso permanente de miedo a perder lo precariamente construido (discurso de la seguridad de Ronald Reagan, Margaret Tatcher, los dos Bush). Situación que fácilmente corta el tiempo a la reflexión social. Peor aún, continuando la terminología de Foucault en Saber y Verdad, se ha llegado a una verdadera planificación y técnica del entretenimiento, con el diseño de programas y planes de entretenimiento televisivo cuidadosamente elaborados, constituidos en esencia por noticieros políticamente comprometidos, realities show que constantemente distribuyen un lenguaje discursivo de competencia, novelas genéricas sin mayor contenido cultural, y ciertamente un decidido compromiso a alejarse del contenido académico y cultural bajo el discurso de que esa clase de material no es mercantilizable ni por tanto rentable. 

Teniendo esto claro, ya no resulta extraño entender que los medios de comunicación han dado lugar a la distribución de discursos con pretensiones de verdad que son en el fondo abiertamente populistas: se ha llegado a una manifiesta construcción de la verdad a través de discursos masificados, donde tácitamente a los medios se les ha cedido incluso facultades judiciales, al ser capaces de emitir juicios irresponsables que incluso ocasionalmente van en contravía de la verdad jurídica. Es más probable que en los tiempos de hoy, una persona presentada en los medios de comunicación como culpable, se mantenga ante los ojos de la sociedad como tal, aunque un juicio jurisdiccional después la absuelva de todos los cargos. La televisión posee la capacidad de imponer sanciones sociales. ¿Hay democracia en una voluntad social pre-construida?

Concluyo con la frase que últimamente no me abandona: las realidades complejas exigen reflexiones, fuentes, procesos, y tiempos igualmente complejos de pensamiento crítico.

La dictadura perfecta, o la falsedad del entretenimiento La dictadura perfecta, o la falsedad del entretenimiento Reviewed by Revista Zahir on domingo, enero 21, 2018 Rating: 5

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