COLOMBIA ES UNA MARTINICA DE UNA PAZ VIEJA CON UNAS ALAS ENORMES
DE ANDRÉS CAICEDO |![]() |
Juan David Díaz. (2013). El Fin del Mundo. Recuperado de https://bayerinnovacion.wordpress.com/2013/06/10/colombiano-gana-concurso-internacional-de-pintura-medio-ambiente/ |
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Gabriel García Márquez tiene un
cuento que suele pasar desapercibido, no por falta de trascendencia, sino por
falta de lectores, Tiene por título “Un hombre viejo con unas alas enormes” y
para mi representa la metáfora de la paz colombiana.
En medio del realismo mágico, Gabriel
García Márquez narra la historia de un hombre con alas de ángel que llega al patio
de una casa del departamento de ultramar francés Martinica. Allí se encuentra con
una población desolada y con una fe desbordante, gracias a la increíble actividad
constante de creer en cualquier cosa.
El viejo con alas es tomado como
bicho raro al ser descubierto, luego considerado un ser celestial, y así ser
objeto del negocio más rentable que haya podido llegar a la isla. Tiempo después
el ángel es convertido en un símbolo de indigencia y repudiado en el mundo del
estorbo, pues no es un ángel de milagros celestiales sino un ángel de conductas
cotidianas. El ángel tiene sed, llora, se enferma y siente cansancio, el ángel
se disgusta y termina siendo violento, el ángel es un hombre viejo y solitario que se encuentra en medio de
la gente “como un animal de circo”
El cuento relaciona la
coexistencia de un ángel ocasional e impertinente con una explosiva región
caribeña. El ángel tiene más parecido a un abuelo desahuciado con lucidez de
indigencia, que a un ser espiritual de relaciones estrechas con la divina
providencia. Y la región caribeña, que más allá de su delirante pobreza
económica, subsiste a costas de su riqueza cultural.
Para mí, este cuento representa
la metáfora de la paz colombiana, presente desde el inicio de nuestra historia,
no digo que desde las luchas de independencia seamos una región de paz, como
suelen escribir los tratadistas e historiadores que llaman de mártires a los
hombres, sino que desde siempre hemos sido un pueblo que ve a la paz como un
hombre viejo, de dialecto distinto al nuestro, que le damos posada –en el
patio-, alimento –uno al día- y
prestamos atención solo con el fin de satisfacer nuestras necesidades inmediatas.
Hemos visto a la paz como un
hombre añejo que está ahí pero que no hace mayor cosa, que solo sirve de
recurso discursivo para referirme al pasado, que no puede caminar, mucho menos
volar, y cuando ha podido va directo al paraíso ya que lo alcanza gracias a los
tiros de metralleta que lanzan en su nombre. Quizá la paz colombiana siempre ha
estado muerta.
Quiero decir apoyándome en Márquez,
que Colombia desde siempre ha sido una Martinica que tiene una paz vieja y
solitaria, que vemos como algo que no entendemos, pero que apelamos a su devoción,
que admiramos y que al finalizar la noche cuando el espectáculo termina la dejamos
quietica en su patio, en su infierno, donde sus alas enormes solo sirven para
que le estorben.
Cinco días después del plebiscito
del dos de octubre, William Ospina en su columna del espectador trató de dar a
entender a la sociedad que la tan llamada polarización mencionada por políticos
y periodistas no era más que una vana ilusión, pues en palabras suyas “de los
seis millones que votaron por el sí, la mitad no cree en santos, sino que
anhela fervientemente la paz. Y de los seis millones que votaron por el no, la
mitad, más que adorar a Uribe no quiere a santos ni a las Farc”
Más allá de la explicación ilusoria,
lo cierto es que la discusión es una ilusión y la paz del debate diario
pareciera que también, William Ospina nos habla de la Colombia de más de
cuarenta millones, la que ve diariamente a la paz en el patio de su casa, en
las calles, en lo cotidiano, que no deja de verla como bicho raro, y que solo
la considera porque creemos en cualquier cosa.
La paz colombiana debiera ser una
paz viva, sin méritos políticos, es decir, sin espectáculos mediáticos, ni
techos de paja, ni plazos, ni transiciones, ni normalizaciones sino de
convivencia mutua, de cielos abiertos para que pueda volar.
COLOMBIA ES UNA MARTINICA DE UNA PAZ VIEJA CON UNAS ALAS ENORMES
Reviewed by Andrés Caicedo
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viernes, septiembre 01, 2017
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