El sentido común en la modernidad

DE JULIÁN SARMIENTO |


Salvador Dalí: La persistencia de la memoria |
Capacidad de goce y capacidad de ejercicio, dos términos del mundo del derecho que últimamente me han hecho reflexionar. El primero es esa calidad de todas las personas de tener acceso a derechos básicos que se desprenden de su propia calidad humana. En el pasado, esta institución estuvo reservada solo a algunos sectores de la humanidad: por ejemplo, en la mayor parte de la era Romana era guardada para aquellos ciudadanos considerados libres y por tanto excluía a ciertos sectores sociales, y durante la revolución francesa fue reservada al ciudadano: Hombre blanco, propietario, adulto y –sin reconocerlo en voz alta-, modelo ideal europeo.

El segundo concepto, es un poco más problemático: la capacidad de ejercicio versa sobre la madurez que el ordenamiento jurídico presume respecto de algunos seres humanos, facultad que les permite, tomar las riendas de sus propias decisiones, disponer sobre su propia existencia. Pero, ¿qué es la madurez? ¿Es la capacidad Kantiana que describió el filósofo en Qué es la ilustración, y después amplió en Qué es la revolución? ¿O es, como el derecho ingenuamente presume, una facultad de discernimiento derivada de la edad? Se mire por donde se mire, inevitablemente queda solo una respuesta, o por lo menos un principio de respuesta: Se trata de la capacidad de entender el mundo real, y adecuar nuestro comportamiento para sobre-vivir, o per-vivir en él. Por lo tanto, hablar de capacidad de ejercicio, es hablar del sentido común, que lleva implícito en el propio término la idea de adecuación social. Se trata de responder más o menos de forma similar, a fenómenos más o menos similares. De llegar a conclusiones tan comunes, que deberían a su vez resultar obvias. Y son estas obviedades, hechos psicológicos (no materiales) mucho más complejos, las que nos permiten estar de acuerdo sin mayor razonamiento respecto de pensamientos, ideas, o situaciones. La obviedad, que es una partícula irreductible de realidad, es pues la base del sentido común.

Olvidaba mencionar una característica propia de la llamada capacidad de ejercicio, que he recordado al volver a pensar esos dos bellos textos de Kant: La libertad. Aparentemente el que es capaz de disponer sus derechos, puede hacerlo porque su voluntad se mueve dentro de una libertad mínima, no sujeta a condiciones determinantes que nublen o anulen su juicio. Se presume que el sujeto es capaz de ser libre. Situación que forma un triángulo inseparable en torno a la idea de la capacidad de ejercicio: Somos libres de decidir porque nuestra voluntad es libre; nuestra voluntad es libre porque no está encadenada o determinada por la inmadurez psicológica; y somos maduros psicológicamente porque tenemos sentido común. Es decir, porque se supone que somos capaces de relacionarnos con lo real. ¿Qué pasaría entonces si digo que el sentido común, no necesariamente, o no siempre, tiene que ver con la realidad? Es claro que el valor de esta pregunta es más teórico que práctico, pues en nuestros días a nadie se le negaría el reconocimiento del derecho por excelencia: el de poder ejercer derechos. No obstante comprender nuestra sociedad implica cuestionar por lo menos de vez en cuando, si las personas capaces, es decir la mayoría de personas mayores de 18 años, en realidad son libres.

Permítanme demostrar la lejanía entre sentido común y realidad con dos ejemplos, esta vez prácticos. Los físicos (de physis, naturaleza), saben desde sus primeros estudios que la naturaleza no siempre puede ser estudiada con la lógica del sentido común. Esto se hace evidente desde la clásica pregunta ¿dos objetos en caída libre, uno de los cuales es más pesado que el otro, caen con la misma velocidad?, cuya respuesta sorprendentemente es afirmativa. Y más profundamente desde que sabemos que la física cuántica no puede estudiarse con las reglas de la mecánica clásica, que contraria a ella, sí tiene mucho que ver con la lógica del sentido común. Este sería el caso de la física Newtoniana. En estos dos casos, el sentido común no solamente no tiene nada que ver con la realidad, sino que además la contradice abiertamente. ¿Puede suceder lo mismo en la forma como se desarrollan las relaciones sociales humanas? Pienso que tenemos fuertes evidencias para pensar que sí; no obstante espero que el ejemplo que desarrollaré sea más ilustrativo al respecto. No es nuevo el consejo de alejarse de las mayorías, ni nuevo el planteamiento de la posibilidad de un error garrafal cometido por una colectividad. De hecho, cuando Aristóteles habló en La Política sobre la democracia, era esta posibilidad la que constituía para el filósofo la mayor catástrofe en la que podía caer este modelo de gobierno: una dictadura de las mayorías derivada de un vicio colectivo. Es claro que existe la posibilidad de un error de juicio sobre lo real cometido por parte de la mayoría de la población. Una equivocación, o una mentira, no dejan de serlo solo porque la mayoría las acepte como aciertos o como verdades.

La mayoría, consideró que Tales de Mileto estaba loco por reflexionar sobre el universo. La mayoría¸ quiso condenar a Galileo Galilei por demostrar que la tierra en efecto no era plana. La mayoría no creyó en la teoría heliocéntrica. Por muchos años un sector mayoritario de la iglesia católica ortodoxa consideró que la teoría evolucionista de Darwin era una falsedad. Se podría seguir eternamente, pero para concluir con estas afirmaciones me quedo con mi favorita: La mayoría, de colombianos creen que ‘’Oh gloria inmarcesible’’, es el segundo himno más bello después de La Marsellesa de Francia, porque se supone que participamos en un concurso, que sorprendentemente jamás existió. La conciencia colectiva se equivoca, y se equivocará. Y son de hecho las obviedades, o el sentido común, cuando están acompañados de una falta de inquietud por el universo, o de un entorno mediático que engaña, disimula, o invisibiliza, los fenómenos que más a menudo nos llevan al error. El Sentido común no siempre tiene que ver con la realidad porque no se construye con base en ella, sino pretendiendo que la realidad funcione con base en la lógica humana. Es decir desde el pre-concepto, o desde la regla de la experiencia. Y es por eso que el sentido común tiene mucho que ver en la construcción de la idea de anormalidad.

Por ello no debe asombrarnos que al sol de hoy existan seres humanos que piensan que la biblia es un texto histórico que debe ser leído de forma literal, que la tierra es plana, que la evolución no existe, entre otras ocurrencias contrarias a los saberes pero no a la lógica básica. Concluyo mi idea: cuando el sentido común y la obviedad se transforman en un baluarte en el cual creen hallarse todas las respuestas, y que por tanto trivializan el cuestionamiento de las obviedades, lejos de acercarnos al entendimiento del mundo y de nuestros fenómenos sociales, nos distancian abismalmente de ellos. Hay que volver al ejercicio socrático honesto en cual se admite que nuestro único saber obvio es la ignorancia.


Lo dijo Celan: El mundo se ha ido. Y ahora que veo hermanos colombianos con capacidad de ejercicio que ejercerán una pretendida capacidad racional libre en las elecciones del año que vendrán, me doy cuenta de que la colectividad puede estar en el umbral de cometer otro error garrafal derivado de un engaño colectivo, pero avalado por el sentido común. Hablo, claro está, del nuevo protagonista de novela: el castrochavismo. Pero esto es tema de otro ensayo. 
El sentido común en la modernidad El sentido común en la modernidad Reviewed by Revista Zahir on domingo, diciembre 24, 2017 Rating: 5

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